Blanca espuma enredada
entre soledades,
puchero de la tristeza.
Rompe el fuego la nostalgia,
ahogada en el recuerdo.
Y hiela el corazón,
peregrino de tu silencio.
¡Muere, muere, muere!
Las olas ya no llegan
a mi ribera,
en alta mar se quedan
inmóviles,
petrificadas
tal si fueran una roca de agua.
Era entonces su fragancia
el veneno en mi sangre,
la cicuta del poeta
escondida en sus versos.
¡Muere, muere, muere!
Sin epitafio y sin nombre
el túmulo en tierra de nadie
(sin sol que lo alumbre,
sin flores que lo velen)
repele el brillo del dolor.
No hay resurrección
para los solitarios desesperados.
¡Muere, muere, muere!
El enemigo -no por ellos- ha vencido.
entre soledades,
puchero de la tristeza.
Rompe el fuego la nostalgia,
ahogada en el recuerdo.
Y hiela el corazón,
peregrino de tu silencio.
¡Muere, muere, muere!
Las olas ya no llegan
a mi ribera,
en alta mar se quedan
inmóviles,
petrificadas
tal si fueran una roca de agua.
Era entonces su fragancia
el veneno en mi sangre,
la cicuta del poeta
escondida en sus versos.
¡Muere, muere, muere!
Sin epitafio y sin nombre
el túmulo en tierra de nadie
(sin sol que lo alumbre,
sin flores que lo velen)
repele el brillo del dolor.
No hay resurrección
para los solitarios desesperados.
¡Muere, muere, muere!
El enemigo -no por ellos- ha vencido.
©Miguel Ángel Flórez Rubio
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